domingo, 12 de septiembre de 2010




Se cruzaron muchas veces antes de verse por primera vez. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar. Tiempo después entendería que eso no tenía la más mínima importancia, y hasta debajo de un puente ella podría ser feliz.
Pero eso sería mucho tiempo después. Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

Mucho sueño, algo de alcohol y se cruzaron sus destinos. Casi muere ella, dio con la cabeza en el retrovisor, él sin embargo salió ileso, apenas un par de rasguños. Se vieron.
Él no sabía qué hacer, el coche empezaba a arder, tenía que sacarla de allí, no tenía tiempo de llamar a una ambulancia. Rompió el cristal de una patada, consiguió abrir la portezuela, la sacó de allí con mucho cuidado, con esfuerzo, era una chica grande, una chica rellenita. Tenía un cuerpazo impresionante.

La tumbó con mucho cuidado en el arcén, seguía insconciente. Llamó a la ambulancia, muy alterado, no se explicaba que todavía no hubiera aparecido nadie, ni un coche por allí, en su vida había sentido tanta angustia, estaría muerta? Le tomó el pulso, no, todavía vivía. Su piel era la de una niña, tan suave. Y olía muy bien, aún con toda esa sangre.
El ambulancia tardé más de media hora en llegar, llegó y se la llevó en un segundo, él decidió acompañarla, dejó el camión donde estaba, ya lo retiraría una grúa.

Justo antes de llegar al hospital ella recuperó la consciencia. Recordaba una mano muy suave acariciándole la muñeca, tenía que estar soñando. Entonces vio a una mujer acercándose, estás bien?, le pedía que moviera los ojos, le pedía que intentara moverse un poco, le explicaba que había tenido un accidente, que había tenido mucha suerte.
Llegaron al hospital, la examinaron, horas y horas de pruebas. Milagrosamente no parecía tener nada, aunque el golpe en la cabeza había sido de impresión, la dejaban 24 horas en observación.

¿Y esa caricia?

Poco después de comer la enfermera le preguntó si quería que avisara a algún familiar. Ella le contestó que no tenía a nadie, sus padres vivían en Cuba , sus hermanas en Lanzarote y su abuela en Miami , y ella no tenía amistades demasiado importantes, coleguitas aquí y allá. Acababa de terminar con un buen chico que la quiso mucho, pero todavía no estaba preparada para volver a verlo, todavía no estaba preparado para volver a verla a ella.
La enfermera se quedó extrañada, un chico estaba en la puerta y lo dio por su pareja. Un chico espera por mí? Quién?
No sé, ¿quieres que le diga que pase o que le pregunte quién es?
Díle que pase por favor, y gracias. (esa caricia...).

Cuando la enfermera le dijo a Macarías que la chica le pedía que entrara él se quedó en shock. No sabía muy bien qué hacía allí pero no quería darse a conocer, todo le parecía demasiado confuso. No entendía cómo había ocurrido el accidente, llevaba casi 48 horas sin dormir y estaba extremedamente preocupado por esa mujer que no conocía. La cabeza le iba a explotar.
Pero tenía claro que no quería darse a conocer. No se imaginaba que en los hospitales es muy difícil ser discreto.

Se levantó, pegó suave a la puerta, y entró por fin. Hola.
Hola. Me dicen que esperas por mí, quién eres?

(quiero ser tu vida). Soy el conductor del camión que arrolló tu coche. Lo siento mucho, no te ví. No te ví antes.

(mi caricia) Chico, tranquilo, no lo hicistes a propósito verdad?, estoy viva, estoy bien. Y mi coche por cierto? cómo está? Sonrió. Odiaba ese coche y estaba a punto de comprarse otro, de color verde manzana, que había visto en un concesionario.

Tu coche no está, tenemos que hacer el parte por cierto.

(Qué le pasaba a este chico?). Preferiría tomarme una copa en cuanto saliera de aquí, si no te importa. Me agobian tanto los hospitales...me siento sin aire, me invitarías? No tengo ni idea de dónde está mi bolso.

Quizás la tengan guardada, quieres que pregunte?

Bah, qué más da. Me llamo Mariela por cierto, y tú?

Me llamo Macarías.

Estuvieron hablando un ratito hasta que la enfermera les dio el toque, era la hora de la cena, por la mañana, según el médico, podría salir si todo seguía bien.

Dónde vas a dormir tú?

Había pensado quedarme en un hostal que he visto por aquí cerca. Mmm

Sí, recógeme por la mañana.

Para la copa?

Mmm, jajaja, preferiría tomar un café con un mollete a la catalana chato. Postergamos la copa. Sonrió.

Sonrió.


Sonrieron durante meses. Follaron como animales. Fueron felices, sonrieron, rieron, lloraron, todo lo que conlleva el amor.

El amor. El amor, que debería mover el mundo y paralizar rutinas, el amor, el que debería permitir entender que un puente puede ser tu hogar. Un puente y un segundo. Y ese segundo no se debería olvidar jamás.

Dificultades, surgieron dificultades y esta historia terminó. Para qué explicar los problemas que acabó con este cuentito de amor, si no son más que excusas.

Creían en el amor y lo sintieron. Lo sintieron y siguieron andando. Cada uno por su lado.

Insconcientes, pobres inconscientes. Uno de los dos no estuvo de acuerdo, pero qué más da.


Locos.

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