martes, 14 de septiembre de 2010

Se cruzaron muchas veces antes de verse por primera vez. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar. Tiempo después entendería que eso no tenía la más mínima importancia, y hasta debajo de un puente ella podría ser feliz.
Pero eso sería mucho tiempo después. Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

Mucho sueño, algo de alcohol y se cruzaron sus destinos. Casi muere ella, dio con la cabeza en el retrovisor, él sin embargo salió ileso, apenas un par de rasguños. Se vieron.
Él no sabía qué hacer, el coche empezaba a arder, tenía que sacarla de allí, no tenía tiempo de llamar a una ambulancia. Rompió el cristal de una patada, consiguió abrir la portezuela, la sacó de allí con mucho cuidado, con esfuerzo, era una chica grande, una chica rellenita. Tenía un cuerpazo impresionante.

La tumbó con mucho cuidado en el arcén, seguía insconciente. Llamó a la ambulancia, muy alterado, no se explicaba que todavía no hubiera aparecido nadie, ni un coche por allí, en su vida había sentido tanta angustia, estaría muerta? Le tomó el pulso, no, todavía vivía. Su piel era la de una niña, tan suave. Y olía muy bien, aún con toda esa sangre.
El ambulancia tardé más de media hora en llegar, llegó y se la llevó en un segundo, él decidió acompañarla, dejó el camión donde estaba, ya lo retiraría una grúa.

Justo antes de llegar al hospital ella recuperó la consciencia. Recordaba una mano muy suave acariciándole la muñeca, tenía que estar soñando. Entonces vio a una mujer acercándose, estás bien?, le pedía que moviera los ojos, le pedía que intentara moverse un poco, le explicaba que había tenido un accidente, que había tenido mucha suerte.
Llegaron al hospital, la examinaron, horas y horas de pruebas. Milagrosamente no parecía tener nada, aunque el golpe en la cabeza había sido de impresión, la dejaban 24 horas en observación.

¿Y esa caricia?

Macarías no sabía qué hacer, se sentía sumamente mal. Por un lado quería quedarse, observarla, darse a conocer. Por otro esa chica le daba miedo, miedo.
Había conocido al marido, con el que arregló el papeleo. Era un hombre de mirada triste, cómo se podía tener esa mirada con esa chica compartiendo tu cama?

A lo largo de su vida se había dado cuenta que había cosas que escapan de tu control, incongruencias, desfortunios, no todo sigue un orden lógico.
Al rellenar el parte del seguro conoció su nombre, Mariela se llamaba, un nombre dulce para esa piel tan suave.

Otra vez, otra vez estaba involucrándose. Acababa de terminar con Marta, una relación cómoda, una chica sencilla. Se podría haber quedado con ella toda la vida. Se sentía cómodo en la rutina pero él no era fácil, no era fácil querer amar siempre. Durante un tiempo consiguió engañarse, consiguió casi amarla. Quería amarla.
Ojalá no hubiera conocido a Carmen. Ángel o demonio, no lo tenía muy claro, pero esa chica llegó a su vida para abrirle los ojos, para recordarle el sudor y la tontería. Para recordarle que él, él siempre quería ser feliz.

Y se fue, recibió una canción escrita, escrita con esa letra de borracha.



Siempre tan dada al drama, a saber dónde se metió.

Se terminó el café y entró en el hospital. Preguntó por ella, Mariela había muerto de un derrame cerebral.

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