sábado, 1 de marzo de 2008

Me voy.

Al Caribe. Otra Vez. Me duelen las muelas pero me voy...


Creo que no me llegué a acostumbrarme nunca a separarme de ese mar verde, templado y limpio, y esta vez, sin muletas...

El otro día ví un panal de avispas en el círculo rojo de un semáforo. Desde luego me paré, imposible saltárselo. Me pareció una rebeldía estupenda, las pobres, se están quedando sin tierra...

Y el otro me inventé una historia. Un hijo de puta, de esos que cogen el boli para firmar toda clase de despidos laborales, de penalizaciones, de facturas personales mucho más altas que las propias nóminas de sus empleados, de lujos vergonzosos (no, no entiendo el lujo por sí mismo si no te recompensa en un sentido práctico o necesario). En fin, un hijo de puta de corbata y aliento a coñac, típico y aburrido, que se empina cuando jode a los demás, golpes en la mesa, que contesta a gritos pero no mira a la cara jamás, no tiene tiempo...que se acuesta con niñas que quieren cazar su puto dinero y sin embargo no consigue llegar jamás a casa para acostar a las propias suyas. Su mujer lo odia pero él no quiere dejarla marchar, ya le costó lo suyo conseguir una alianza rentable con aquella mujer castiza a medio empezar y media españa en herencia entre tierras y demás. Su secretaria también lo odia, cada día empieza la jornada con una peor cara, no sabe si lo va a resistir más pero el caso es que no encuentra otro trabajo mejor, guapa como ninguna pero fronteando la edad en la que ya no se pueden empezar otras cosas, en la que ya no se atreve nadie a empezar, aguanta estoicamente las embestidas mentales y físicas de ese animal de barrio enchaquetado, pensando, día sí, día no, que tiene que dejar, por lo menos, la carrera pagada a su hija brillantísima e inocente que merece un mundo mejor. Lo que no entiende la pobre es que el mundo nunca cambiará, y que antes que los hombres nos volvamos civilizados y humanos estallarán todos los volcanes, habrá mil terremotos, el Amazonas-pulmón ya estará completamente talado y la tierra se asfixiará, pero no se le puede reprochar nada porque la pobre entre mamadas y emails, compras a domicilio y comidas prefabricadas no tiene tiempo para llegar a esa conclusión ni va en coche, y por lo tanto nunca ha visto un panal de avispas cortándote el paso. La cosa es que el coñac es la salvación en esta historia, ese licor dulce y fuerte salva la vida a la secretaria y a la esposa mártir-gilipollas, para que luego digan que beber perjudica seriamente la salud...Cada noche, después de dejar a los niños solitarios acostados en camita y con la certeza de que tiene a María para cuidar de ellos si se despiertan o tienen una pesadilla, que al fin y al cabo es quien los ha críado, la esposa pasiva se viste como una puta y va al mismo bar, a la misma barra y al mismo camarero, que por cierto está enamoradísimo de ella, pero no se atreve. Allí, en silencio, bebe una copa de coñac tras otra esperando que pase el tiempo y la pena, muchos hombres se le acercan, por supuesto, porque de tanto sufrir, la pobre, tiene un cuerpo estupendo...pero a ella no le gustan los hombres, aunque si pudiera imaginar que el desgraciao que tiene enfrente la haría inmensamente feliz a lo mejor cambiaría de idea, pero, ya se sabe, después de la tercera copa de coñac lo único en lo que piensa la desgraciada es en que pase el tiempo y ese pobre inútil que tiene hipotecada su vida se muera, así, de la noche a la mañana y la deje en paz, y así pasa sus noches. Pero una noche ocurre algo distinto, y es que no está sola. Una mujer muy parecida a ella, prácticamente idéntica de hecho, que podría pasar por su doble incluso en una peli porno, pongamos, por caso, se sienta al lado de ella. Ella, que no mira nunca a nadie se le queda mirando, las dos se miran. La secretaria casi no se lo puede creer, acostumbrada a ver la foto de la esposa enmarcada en un cuadro dorado encima de la mesa del director que se la folla todos los días no entiende qué hace esa señora (así lo verbaliza interiormente, "señora") en un tugurio como ese. No sabe muy bien como comportarse pero decide que debe saludarla, darse a conocer, no le gusta que otras personas que no sea ese desgraciao con mayúsculas tengan ventaja sobre ella. La noche resulta estupenda, aunque empieza mal, ya que la esposa una vez que conoce la identidad de su doble le suelta, así, a bocajarro, que si a su marido se le sigue empinando, ya que ella, la pobre, no folla desde hace años. La secretaria, atónita, le responde que desgraciadamente sí, y rápidamente se hacen amigas. Y rápidamente empiezan a olerse la piel, y cuando menos se lo esperan están comiéndose el coño en un hotel de lujo (lujo necesario, lujo desvergonzado por supuesto, el lujo de gozar con la propia piel, un dinero bien gastado en definitiva). Y todo pasa tan rápido, es tan fácil infiltrar un despido improcedente con una imdemnización millonario y un acuerdo de separación rapida en la que deja todas sus posesiones a su ya no tan pobre mujer y a sus hijos entre los montones de papeles que la secretaria le lleva al lunes siguiente a la oficina, es tan gilipollas este hombre que firma sin mirar, que parece increíble que esta historia acabe bien, pero acaba, con un hombre al que la vida por fin le ha pagado follándoselo literalmente, y con la nueva familia feliz, esta vez sí, las dos mujeres, los niños, la adolescente con la carrera prometedora e incluso las primeras letras de su casa pagada, un mundo ideal...


Pero claro, esto es sólo un cuento.


Lo realmente importante para mí, que ya sabéis los que sabéis de mí prácticamente demasiado es que vuelvo a inventar historias, y eso no hace más que señalarme que la Betty renace y le gana la apuesta a la química moderna. Y es que ser bipolar no es tan terrible, me dije hace poco. Que se pasa mal, que es horrible ingresar en un manicomio con 24 años recién cumplidos, que es muy jodido volverte loca y tener ganas verdaderas de tirarte por el balcón en las crisis depresivas, eso , quién más y quién menos, ya lo intuye y lo puede imaginar. Pero lo que no se suele contar nunca es que una bipolar puede elegir. A la Betty le ofrecieron dos posibilidades, o jubilarse ganando un sueldo bastante aceptable y declarándose ante la sociedad como una inútil mental o intentar seguir luchando, porque claro, todo era un intento. Gracias a tres amigas, que me cogían de la cintura cuando estaba a punto de caerme por el gran terraplén he podido salir del agujero. De ellas conservo una.

A las otras dos les dedico este cuento y esta historia, y desde aquí les recuerdo que las quiero, que el amor me ha atontado y que el trabajo me ha absorbido pero que no tengo perdón de diós y aún así las echo de menos. Que tengo pesadillas de las que me levanto sudando y en las que revivo una y otra vez la realidad, esta realidad y este ahora en el que no puedo abrazarlas, ni sentirlas, que me siento fatal y no soy feliz sin ellas.


Desgraciadamente Betty, bipolar triunfante en el trabajo y en el amor, ha fracasado en lo más importante, conservar la amistad que un día la salvó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena.

Por la vuelta, por la decisión , por tus letras.

Enhorabuena.

Se pueden oler los textos? Creo desde hoy que sí.

Besos.

PELO-PON-ESO dijo...

hola betty, suerte en todo, ya abri otro blog personal, como el de antes, se llama ALOHA FROM JOAN

nos leemos