lunes, 27 de septiembre de 2010

Macarías tenía una sonrisa preciosa. Pero no siempre quería sonreír.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Se cruzaron muchas veces antes de sentirse por primera vez. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar. Tiempo después entendería que eso no tenía la más mínima importancia, y hasta debajo de un puente ella podría ser feliz.
Pero eso sería mucho tiempo después. Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

Mucho sueño, algo de alcohol y se cruzaron sus destinos. Casi muere ella, dio con la cabeza en el retrovisor, él sin embargo salió ileso, apenas un par de rasguños. Se vieron.
Él no sabía qué hacer, el coche empezaba a arder, tenía que sacarla de allí, no tenía tiempo de llamar a una ambulancia. Rompió el cristal de una patada, consiguió abrir la portezuela, la sacó de allí con mucho cuidado, con esfuerzo, era una chica grande, una chica rellenita. Tenía un cuerpazo impresionante.

La tumbó con mucho cuidado en el arcén, seguía insconciente. Llamó a la ambulancia, muy alterado, no se explicaba que todavía no hubiera aparecido nadie, ni un coche por allí, en su vida había sentido tanta angustia, estaría muerta? Le tomó el pulso, no, todavía vivía. Su piel era la de una niña, tan suave. Y olía muy bien, aún con toda esa sangre.
El ambulancia tardé más de media hora en llegar, llegó y se la llevó en un segundo, él decidió acompañarla, dejó el camión donde estaba, ya lo retiraría una grúa.

Cuando Mariela recuperó la consciencia era noche cerrada. Como pudo se incorporó. Una enfermera de aspecto cansado entró en la habitación.
-Vaya, por fin te has despertado...¿cómo te encuentras?
- Bien, ¿qué me ha pasado?
- Tuvistes un accidente, un camión arrolló tu coche, pero estás bien. No te ha pasado nada, te han examinado y parece ser que no tienes nada. Te dieron un sedante, porque te despertastes muy excitada, estabas muy nerviosa, no parabas de chillar...no lo recuerdas?
- No recuerdo absolutamente nada.

No recordaba absolutamente nada. Una corriente de angustia empezó a apoderarse de ella..¿quién era ella? Le empezó a faltar el aire.

Agustina llamó corriendo al doctor, y otra vez la sedaron.

-Parece ser un caso de amnesia grave, Agustina, es mejor tranquilizarla hasta que empiece a asimilarlo todo. Parece ser que sufre de algún trastorno que le impide recordar.
- Ramón, si la dormimos cada vez que despierta...pobre niña.

Macarías estaba cada vez más nervioso. Al no ser familiar de ella no le daban ningún tipo de información, se sentía completamente impotente, era responsable directo de la suerte que correría esa chica. Pero estaba fuera.

Mientras Nacho vivía un proceso similar...hacía poco que había empezado a salir con Mariela. Se debatía entre llamarla o no llamarla, había faltado a la función de la noche y eso no era propio de ella, no entendía nada, ¿habría tenido un accidente?
No, de todo lo malo se entera uno, se decía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, dios, estaba perdiendo la cabeza. Estaba perdiendo la cabeza con esa chica desde que la conoció...le encantaba esa sonrisa de bicho que ponía, tan tonta Mariela.

Otra vez despertó Mariela, pero esta vez recordó que ya había despertado antes. También recordó la caricia...pero aunque se sintió inmediatamente reconfortada no podía recordar de quién procedía... Por fin podía recordar algo, aunque fuera un hecho mínimo. Pidió ver a Agustina, era la única persona que le resultaba familiar!...pero Agustina había terminado el turno. Pidió su bolso y sus cosas, dentro con suerte habría un móvil. Alguien le dijo que un chico esperaba fuera, el que colisionó con su coche.
- ¡No quiero ver a ese desgraciado!
- Puede que te sirva de ayuda, Mariela, te puede decir dónde estabas..
- No! Me niego...Ha arruinado mi vida.
Empezó a llorar, ya no podía más, era un desconsuelo, estaba perdida.

Eran las tres de la tarde cuando Nacho recibió la llamada, le llamaban del hospital, ¿conocía por casualidad a una chica que se llamara Mariela?

Años después ninguno de los dos, ni Mariela ni Macarías, habían olvidado el tacto de ese precioso instante que se desató en el caos. No hubo te quieros, no hubo besos, no tuvieron otra opción que mirar desde el presente un momento precioso y lejano. Precioso y posible.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Mariela nació para ser trapecista. Siempre a punto de caer, tremendamente torpe, tremendamente ágil. Dual siempre.

Al principio le encantaba el circo. Le encantaba pasar una noche en un lugar y otra en otro. Además le encantaba la noche, conducir, en plena madrugada, el silencio.

Le gustaba el silencio a Mariela, aún siendo tan ruidosa y parlanchina. El silencio compartido mucho más.

Pues era muy pasional, emocional, aunque eso ya lo sabíamos, creía en el amor. Y solo después del sudor y la tontería Mariela estaba en paz, y todo iba bien. El efecto le duraba tan solo unas horas, así que, para hacer feliz a Mariela había que hacerle el amor muchísimo. Era básica, física, carnal.

A veces muy penosilla, a veces muy divertida. Un lío, un verdadero lío. No te aburrías con ella.

-Pero, abuela, ¿Mariela existió? Es un cuento muy largo.
-¿No me habías dicho que te contara un cuento?
- Sí.
- Pues eso estoy haciendo. Chiquita, se te están cerrando los ojos. Dulces sueños.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Se cruzaron muchas veces sin recordar haberse visto. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar.
Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

La vida, la vida no les había tratado bien. Pero ambos compartían ilusión, porque hay gente que se desgasta con el tiempo, que se desgasta y deja de ser persona. Pasa el tiempo y van poniéndose máscaras, máscaras falsas y feas que sirven para seguir andando. Pierden la fe.
Ambos tenían una sonrisa encantadora para una vida tan díficil.

Me lo contaron, me contaron que estas dos personas, Macarías y Mariela, nunca se cruzaron.

Vivieron, malvivieron. Siempre creyendo que todo íba a salir bien. Pero era otro polvo. Otro intento. Otra promesa incumplida. Otra ilusión no cumplida, otra esperanza vana. Otro fracaso para ser feliz.

Y estaban tan cerca !, tan cerca y tan lejos.


Se hubieran follado toda la vida. Fóllame toda la vida....


Fueron amantes en otra vida pero no se volvieron a reencontrar nunca más. En una vida pasada. En una tribu lejana en el tiempo, donde ambos cazaban y eran salvajes, vivían en una pequeña aldea, les encantaba cazar juntos.

Murieron el mismo día, un 3 de Marzo.

Él se reencarnó en flor, y tuvo una vida corta y feliz. Desde su sendero divisaba el mar, quizás le hubiera gustado reencarnarse en pájaro. Pero no pudo elegir. Pero igual fue feliz, en su nueva vida. Le hacía falta poco para ser feliz, porque una máscara pasó sin querer a la nueva vida, fue un error de los dioses del destino.

A Mariela se le perdió el rastro. Dicen que, quizás, no se reencarnó. Otro error.

Las oportunidades son como los amaneceres.




"Bus junelo a purí golí e men arate
sos guillabela duquelando
palal gres e berrochí,
prejenelo a Undebé sos bué men orchí callí
ta andiar diñelo andoba suetí
rujis pre alangarí."



(Cuando escucho la vieja voz de mi sangre
que canta y llora recordando
pasados siglos de horror,
siento a Dios que perfuma mi alma
y en el mundo voy sembrando
rosas en vez de dolor.)


-Abuela, esta historia no me gusta.
- Chiquitita, qué sensible eres, te pareces a tu abuelo.
- Es que es muy triste...siempre me cuentas historias tristes.
- La vida es más triste todavía, la vida real. Hay gente que nunca llega a conocer el amor. Cuando te besen por primera vez te empezarás a dar cuenta de lo que te estoy diciendo, si el chico te gusta mucho.
- ¿Y por qué la gente deja escapar el amor?
- Malinterpretan lo que sienten. No se dejan llevar. Porque lo único que se puede interpretar bien son los hechos. El amor es tangible, es físico, es voluble y debe ser infalible. Ojalá te enamores.
- Abuela, no sé si quiero.

martes, 14 de septiembre de 2010

Se cruzaron muchas veces antes de verse por primera vez. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar. Tiempo después entendería que eso no tenía la más mínima importancia, y hasta debajo de un puente ella podría ser feliz.
Pero eso sería mucho tiempo después. Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

Mucho sueño, algo de alcohol y se cruzaron sus destinos. Casi muere ella, dio con la cabeza en el retrovisor, él sin embargo salió ileso, apenas un par de rasguños. Se vieron.
Él no sabía qué hacer, el coche empezaba a arder, tenía que sacarla de allí, no tenía tiempo de llamar a una ambulancia. Rompió el cristal de una patada, consiguió abrir la portezuela, la sacó de allí con mucho cuidado, con esfuerzo, era una chica grande, una chica rellenita. Tenía un cuerpazo impresionante.

La tumbó con mucho cuidado en el arcén, seguía insconciente. Llamó a la ambulancia, muy alterado, no se explicaba que todavía no hubiera aparecido nadie, ni un coche por allí, en su vida había sentido tanta angustia, estaría muerta? Le tomó el pulso, no, todavía vivía. Su piel era la de una niña, tan suave. Y olía muy bien, aún con toda esa sangre.
El ambulancia tardé más de media hora en llegar, llegó y se la llevó en un segundo, él decidió acompañarla, dejó el camión donde estaba, ya lo retiraría una grúa.

Justo antes de llegar al hospital ella recuperó la consciencia. Recordaba una mano muy suave acariciándole la muñeca, tenía que estar soñando. Entonces vio a una mujer acercándose, estás bien?, le pedía que moviera los ojos, le pedía que intentara moverse un poco, le explicaba que había tenido un accidente, que había tenido mucha suerte.
Llegaron al hospital, la examinaron, horas y horas de pruebas. Milagrosamente no parecía tener nada, aunque el golpe en la cabeza había sido de impresión, la dejaban 24 horas en observación.

¿Y esa caricia?

Macarías no sabía qué hacer, se sentía sumamente mal. Por un lado quería quedarse, observarla, darse a conocer. Por otro esa chica le daba miedo, miedo.
Había conocido al marido, con el que arregló el papeleo. Era un hombre de mirada triste, cómo se podía tener esa mirada con esa chica compartiendo tu cama?

A lo largo de su vida se había dado cuenta que había cosas que escapan de tu control, incongruencias, desfortunios, no todo sigue un orden lógico.
Al rellenar el parte del seguro conoció su nombre, Mariela se llamaba, un nombre dulce para esa piel tan suave.

Otra vez, otra vez estaba involucrándose. Acababa de terminar con Marta, una relación cómoda, una chica sencilla. Se podría haber quedado con ella toda la vida. Se sentía cómodo en la rutina pero él no era fácil, no era fácil querer amar siempre. Durante un tiempo consiguió engañarse, consiguió casi amarla. Quería amarla.
Ojalá no hubiera conocido a Carmen. Ángel o demonio, no lo tenía muy claro, pero esa chica llegó a su vida para abrirle los ojos, para recordarle el sudor y la tontería. Para recordarle que él, él siempre quería ser feliz.

Y se fue, recibió una canción escrita, escrita con esa letra de borracha.



Siempre tan dada al drama, a saber dónde se metió.

Se terminó el café y entró en el hospital. Preguntó por ella, Mariela había muerto de un derrame cerebral.

domingo, 12 de septiembre de 2010




Se cruzaron muchas veces antes de verse por primera vez. Sus ojos no estaban destinados a cruzarse, en una ocasión hasta se tropezaron, perdona. No, no pasa nada. Sonrieron. No se vieron.

Ella era trapecista. El circo le gustaba mucho aunque ya empezaba a cansarse. Tanta energía, tanta carretera, tanto ejercicio, tanto esfuerzo y no tenía casa. Su casa era el suelo que pisaba, no tenía hogar. Tiempo después entendería que eso no tenía la más mínima importancia, y hasta debajo de un puente ella podría ser feliz.
Pero eso sería mucho tiempo después. Era una chica maravillosa, guapa, simpática, dicharachera, de lágrima fácil.
Creía en el amor.

Él era camionero, llevaba catorce mudanzas en el cuerpo. Catorce hogares. Un luchador, un guerrero. Un loco. No le tenía miedo a nada, duro como las piedras. Siempre en la carretera, siempre moviéndose. Creía en el amor.

Mucho sueño, algo de alcohol y se cruzaron sus destinos. Casi muere ella, dio con la cabeza en el retrovisor, él sin embargo salió ileso, apenas un par de rasguños. Se vieron.
Él no sabía qué hacer, el coche empezaba a arder, tenía que sacarla de allí, no tenía tiempo de llamar a una ambulancia. Rompió el cristal de una patada, consiguió abrir la portezuela, la sacó de allí con mucho cuidado, con esfuerzo, era una chica grande, una chica rellenita. Tenía un cuerpazo impresionante.

La tumbó con mucho cuidado en el arcén, seguía insconciente. Llamó a la ambulancia, muy alterado, no se explicaba que todavía no hubiera aparecido nadie, ni un coche por allí, en su vida había sentido tanta angustia, estaría muerta? Le tomó el pulso, no, todavía vivía. Su piel era la de una niña, tan suave. Y olía muy bien, aún con toda esa sangre.
El ambulancia tardé más de media hora en llegar, llegó y se la llevó en un segundo, él decidió acompañarla, dejó el camión donde estaba, ya lo retiraría una grúa.

Justo antes de llegar al hospital ella recuperó la consciencia. Recordaba una mano muy suave acariciándole la muñeca, tenía que estar soñando. Entonces vio a una mujer acercándose, estás bien?, le pedía que moviera los ojos, le pedía que intentara moverse un poco, le explicaba que había tenido un accidente, que había tenido mucha suerte.
Llegaron al hospital, la examinaron, horas y horas de pruebas. Milagrosamente no parecía tener nada, aunque el golpe en la cabeza había sido de impresión, la dejaban 24 horas en observación.

¿Y esa caricia?

Poco después de comer la enfermera le preguntó si quería que avisara a algún familiar. Ella le contestó que no tenía a nadie, sus padres vivían en Cuba , sus hermanas en Lanzarote y su abuela en Miami , y ella no tenía amistades demasiado importantes, coleguitas aquí y allá. Acababa de terminar con un buen chico que la quiso mucho, pero todavía no estaba preparada para volver a verlo, todavía no estaba preparado para volver a verla a ella.
La enfermera se quedó extrañada, un chico estaba en la puerta y lo dio por su pareja. Un chico espera por mí? Quién?
No sé, ¿quieres que le diga que pase o que le pregunte quién es?
Díle que pase por favor, y gracias. (esa caricia...).

Cuando la enfermera le dijo a Macarías que la chica le pedía que entrara él se quedó en shock. No sabía muy bien qué hacía allí pero no quería darse a conocer, todo le parecía demasiado confuso. No entendía cómo había ocurrido el accidente, llevaba casi 48 horas sin dormir y estaba extremedamente preocupado por esa mujer que no conocía. La cabeza le iba a explotar.
Pero tenía claro que no quería darse a conocer. No se imaginaba que en los hospitales es muy difícil ser discreto.

Se levantó, pegó suave a la puerta, y entró por fin. Hola.
Hola. Me dicen que esperas por mí, quién eres?

(quiero ser tu vida). Soy el conductor del camión que arrolló tu coche. Lo siento mucho, no te ví. No te ví antes.

(mi caricia) Chico, tranquilo, no lo hicistes a propósito verdad?, estoy viva, estoy bien. Y mi coche por cierto? cómo está? Sonrió. Odiaba ese coche y estaba a punto de comprarse otro, de color verde manzana, que había visto en un concesionario.

Tu coche no está, tenemos que hacer el parte por cierto.

(Qué le pasaba a este chico?). Preferiría tomarme una copa en cuanto saliera de aquí, si no te importa. Me agobian tanto los hospitales...me siento sin aire, me invitarías? No tengo ni idea de dónde está mi bolso.

Quizás la tengan guardada, quieres que pregunte?

Bah, qué más da. Me llamo Mariela por cierto, y tú?

Me llamo Macarías.

Estuvieron hablando un ratito hasta que la enfermera les dio el toque, era la hora de la cena, por la mañana, según el médico, podría salir si todo seguía bien.

Dónde vas a dormir tú?

Había pensado quedarme en un hostal que he visto por aquí cerca. Mmm

Sí, recógeme por la mañana.

Para la copa?

Mmm, jajaja, preferiría tomar un café con un mollete a la catalana chato. Postergamos la copa. Sonrió.

Sonrió.


Sonrieron durante meses. Follaron como animales. Fueron felices, sonrieron, rieron, lloraron, todo lo que conlleva el amor.

El amor. El amor, que debería mover el mundo y paralizar rutinas, el amor, el que debería permitir entender que un puente puede ser tu hogar. Un puente y un segundo. Y ese segundo no se debería olvidar jamás.

Dificultades, surgieron dificultades y esta historia terminó. Para qué explicar los problemas que acabó con este cuentito de amor, si no son más que excusas.

Creían en el amor y lo sintieron. Lo sintieron y siguieron andando. Cada uno por su lado.

Insconcientes, pobres inconscientes. Uno de los dos no estuvo de acuerdo, pero qué más da.


Locos.