domingo, 31 de enero de 2010

Domingo

Ayer vi Australia. Qué raro que una peli te llegue hondo después de cien que ni fú ni fá. Me encantó, es preciosa, me encantó.

Mi perro se tiró toda la película intentando que yo saliera a la terraza. Hay por ahí una especie de poema que dice que los perros son más listos que el hombre, porque lo primero que hacen al levantarse es estirarse, y se toman la vida más tranquilamente, no sé, no recuerdo bien.

Mi perro es superdotado entonces, porque es la pachonería en persona, él nunca se preocupa. Que se queda fuera, no pasa nada (sale solo y a veces si no aparece y me tengo que ir lo dejo fuera). Que se queda dentro, no hay problema, solo hay dos cosas que le dan pavor, una regañina y los camiones. Y es que mi perro, como tantos y tantos perros, ha sufrido un taco en la vida. Yo lo recogí -una amiga lo encontró vagabundeando en el centro- cuando tenía 5 o 6 años. Al principio no entendía nada, no entendía el cariño, no entendía el amor y cuando yo quería jugar y empezaba a zarandearlo creía que quería hacerle daño.

Estoy sumamente orgullosa de haber enseñado a mi perro a jugar, lo mío me ha costado. Todo empezó corriendo. Cuando lo sacaba corríamos y yo me daba cuenta que era feliz. Y el primer gesto de cariño que me dedicó no fue un lametazo, él frota la cabeza contra mi mano, muy fuerte por cierto, así me dice que me quiere. También habla cuando quiere algo, aunque nunca ladra -se lo tuvieron que prohibir en su epoca, solo ladra en sueños-.

Aun así mi perro es feliz aunque sigue teniendo una mirada tristona, y puede que en la pachonería no se parezca a su dueña, pero en momentos tristes somos tal para cual...Mi perro se llama Roque porque no tiene rabo- el dueño consideró que no era importante vacunarlo de moquillo pero sí cortárselo-, así que como el perro de san roque no tiene rabo porque Ramón Rodríguez se lo ha robado Roque tenía que llamarse mi sinvergüenza.

Y ayer se tiró toda la peli intentando que yo saliera a la terraza, yo que estaba megaenganchada. Entraba en el cuarto, me miraba, se íba para la terraza y desde allí me miraba otra vez (pero tía, ¿no te das cuenta que hace sol?). Él no había tenido bastante con las tres horas largas que estuvimos en la terraza por la mañana, claro que tampoco había cogido casi una insolación, como su dueña. Él quería más.

La capacidad ilimitada de los animales para amar me deja totalmente flipada. Porque también tuve una perrita, Bianca, a la que tuve que ceder después de una separación sentimental. Y ella me quería igual...y en aquellos momentos de bajón que ya empezaban a asomar en mi vida la gorda se ponía encima y la babosa una y otra vez a lamerme la cara, y yo la retiraba, déjame en paz...pero ella tenía más amor que darme y entonces me lamía el brazo y me hacía cosquillas, y me hacía reír y eso tenía su mérito. Ella tan bonita, mi albina turca. También surfeaba.
La colega cogía las olas y se dejaba llevar, y los guiris le hacían fotos...Y después, llena de arena y de agua, venía hasta donde yo estaba y me ponía perdida.

Domingo de melancolía.